lunes, 31 de diciembre de 2007

Reverend and The Makers - The State Of Things

Tiene 25 años, se llama Jon McClure pero se hace llamar The Reverend, ha militado en varias bandas (junto a miembros de los actuales Arctic Monkeys, por citar algunos), pero nunca ha salido a la palestra porque se considera independiente. Va a su olla y por eso ha rechazado contratos de las grandes para firmar por Wall of Sound, un sello que le dejaba decir y hacer a voluntad. Nació en Sheffield, ciudad industrial inglesa, y ha parido uno de los mejores discos electro e indie del 2007, a mi parecer: "The State Of Things".

Habla del día a día. En sus letras afirma que te explicará como estan las cosas, cual es el auténtico estado de las cosas, aquél que no te explican en la escuela. Te explicará de qué va la vida desde el punto de vista de un joven occidental que ronda el cuarto de siglo, nacido en una mediana ciudad inglesa de tradición industrial (y también de amplia tradición musical). No se callará, porque tiene cosas que decir. Y las quiere decir, pero quiere que mientras las escuchas, bailes sin parar y que lo pases bien.

Encuentro que es un acto de sinceridad extremo, porque realmente, ¿quien dice algo hoy en dia? Las palabras suenan grandes ("el mundo esta así, el mundo esta asá, la sociedad, etc"). Ante esta visión, él simplemente explica lo que le parece mal en función de su percepción de la vida, la percepción que un joven inglés del primer mundo puede tener. Dice palabras grandes, pero no suena pedante, aunque sí adolescente a veces. Pero esa es la realidad de la mayoria de la juventud veinteañera (y treintañera) del siglo XXI: la adolescencia se prolonga.

Por eso nos habla con ironía de los detectives de butacón ("Armchair detective"), gente que necesita opinar (sea lo que sea, indistintamente de lo distante que esté de la realidad), porque si no opinas hoy en día, alguien lo hará y te dejará por debajo de él. Nos habla del campeón del mundo de pesos pesados ("Heavyweight champion of the world"), esa persona que vé pasar el tiempo en su sofá y que deja correr todos sus sueños, alienado. Habla de esas aventuras emocionales raras de la gente de hoy en día, que el cotilleo de barrio ayuda más a hacer correr la voz que no Internet ("What the milkman say"). Habla también de que no puedes apresar a tu pareja si realmente vivís en planetas diferentes ("Open your window"). De que quiero irme de vacaciones y rebentarlo todo ("18-30"), de que a veces los ex tienen sexo pese a que no se recomiende, según dicen ("Sex with the ex"), y de que no todos los tíos somos iguales, algunos nos lo curramos ("Miss Brown").

¿Curiosos temas, no? Pero no son otra cosa que los temas que puedes oír debatir horas y horas ante cervezas y bajo músicas estridentes en cualquier antro decadente en una noche cualquiera en una ciudad, a día de hoy. Nada más cerca de la realidad de la mayoría de la juventud. Existen otras realidades, pero no neguemos: el ambiente donde esta música se escucha está plagado de historias postadolescentes como las que en este disco se explican. Y se explican con la música que la gente que las sufre quiere oír.

Por eso considero que es un disco redondo. Por su acercamiento a una de las realidades existentes, y por su concreción musical. Totalmente recomendable. Ya os lo podéis bajar de Internet.

martes, 4 de diciembre de 2007

Puzzle sonoro

Creo que no hay mejor definición para el acto de mezclar una canción que decir que es como completar un puzzle sonoro. Todas las piezas estan ahí, sobre la mesa (de mezclas), más o menos enganchadas, más o menos desordenadas; cuantas piezas tengas depende de qué has grabado y cómo (una banda en directo, una producción con músicos independientes que han aportado cada uno su interpretación, etc).

Mezclar y producir una canción es hacer que ese puzzle quede, en primer lugar, completado (mezclar) y, en segundo lugar, que puedas colgarlo en la pared con un buen cristal protector (producir), para que sea digno de ver (si es que un puzzle colgado es digno de ver alguna vez...)

Se tiene que tener habilidad y buen oído pero, ante todo, se tiene que tener mucha experiencia y mucha dedicación. Hacer que encajen las piezas sonoras es una faena rutinaria hasta el punto en el que la rutina permite (cortar graves en los platos de bateria, comprimir el bajo, poner un poco de reverb, etc), pero llega un punto en que los procedimientos se agotan y, si aún no suena, es cuando empieza la odisea por encontrar ese delicado equilibrio que hace que aquello ande, que tenga ritmo, que tenga harmonia, presencia, que esté completo.

Todo el mundo puede llegar a mezclar con decencia, pero en el delicado arte de la producción destacan sólo unos pocos que son capaces de hacer que cualquier canción llegue a niveles insospechados y que respiren de alguna manera. Por eso numerosos artistas escogen a su productor musical: porque sólo ellos son capaces de hacer llegar esas canciones hasta donde quieren llevarlas. Porque la mayoria de músicos suelen ser buenos músicos, pero malos productores de su propia música (¡no así la de los demás!).

Es una gran sensación cuando alguien coge tu puzzle sonoro, ese puzzle que ya no sabías como resolver, que te llevaba de cabeza, y con unos simples movimientos de faders consigue lo que tu no has conseguido en días. Es en ese momento cuando te das cuenta de que no todo está escrito y que no todas tus canciones divagan sin definirse. Porque para tí, aquello que suena tras esos retoques claves es la mejor canción del planeta, y todo gracias a esa visión externa, esa experiencia y ese saber hacer de la persona que ocupa esa posición final en el proceso de grabación de cualquier canción.

¡La cosa marcha bien!